jueves, 16 de diciembre de 2010

Es hora de dar a luz.

Debe haber pocas cosas tan intensas como parir. Las mujeres que anduvieron en ese camino, muchas veces solas y otras tantas en compañía, aclaran que nada es tan maravilloso como el instante posterior al desgarramiento del cuerpo, cuando pueden sostener al recién nacido por primera vez, a la pequeña cosa que con tanto amor y dedicación se dignaron a obtener.

Ese segundo en que dos seres vivos se huelen y se reconocen más allá del peso de toda una cultura, es el ejemplo más claro de que las victorias existen y que sólo se materializan después de un proceso en que el dolor le arrebata el podio a la felicidad y donde los temores tienen que ser atravesados. Un tránsito marcado por los desafíos esperables en el desarrollo de una nueva vida y, a veces, dificultado por la política de lo prohibido, esa que impide algo tan básico como el saber qué consumos pueden o no afectar a la criatura por venir. La mujer embarazada es otra víctima más del oscurantismo.

Nuestro continente también es un cuerpo que cambia, que tiembla. Diariamente el modelo prohibicionista, en su intento por mantenerse a flote, con cada brazada arrastra más del mundo en que convivimos.

No tiene que sorprendernos, la agonía es el estado en que se evidencia lo más brutal de quien se sabe acorralado. Y hoy la realidad puso contra la pared a la lógica perversa que sostiene la guerra contra las drogas que, ya sin salida, está mostrando lo peor de su repertorio.

Colombia encabeza todos los récords imaginables. Según Naciones Unidas, diariamente durante el primer mandato de Álvaro Uribe, cinco personas fueron detenidas sin pruebas y ocho fueron asesinadas. Terminando su segundo mandato, se acusa al gobierno de haber procesado irregularmente a más de 2 mil personas, haber generado el desplazamiento de 4 millones de campesinos y contar con 100 mil desaparecidos. Se puede decir, sin exagerar, que gran parte de ese territorio se ha quedado sin colombianos.

En Brasil la crisis que ha generado la batalla por el control de narcotráfico ya llegó al hueso de todas las instituciones. El lenguaje con el que se narra es contundente. La presencia del Estado se traduce en las llamadas “áreas de control militar”, aquellas zonas donde la ley no ingresa se denominan “territorios enemigos” y a los muertos se los entierra como “caídos en combate”. Por año son enviados al purgatorio de la guerra contra las drogas 40 mil almas, entre civiles, facciones narco, policías y paramilitares.

Hundido de una crisis cuyos efectos corrosivos son cada vez más profundos y veloces, México conoció el horror en 2009, contando con un total de 9.635 asesinatos. De hecho, entre 2006 y el cierre de esta edición, la cifra de los decesos vinculados al narcotráfico es de 30 mil muertos según información oficial. Y sigue en aumento.

Todos estos datos excluyen en detalle las violaciones permanentes a las libertades individuales que se perpetran diariamente, hecho bien conocido en Argentina que, hasta el momento, se encuentra bastante más lejos que el zumbido de las balas.

Los finales pueden ser atroces, está a la vista. Pero este, aunque nos cueste creerlo, puede ser un ocaso con futuro, especialmente porque sobran ideas y convicciones para proponer, exigir y gestar algo nuevo en toda América Latina.

En Argentina, luego de años de lucha, llegamos al congreso. La prueba de ello es un número: 7258. así bautizaron en la mesa de entrada de la cámara de diputados un proyecto ambicioso que busca cambiar para siempre la ley de drogas. Un sello estatal, que si bien es frío en comparación con la esperanza de terminar muertes sin sentidos y sin límites por el control del narcotráfico, es la primera fase en la formación de lo que será un país para muchos. Una muestra tangible para recordar que todo por lo que se reclama está oficialmente en marcha y, al mismo tiempo, para abandonar el miedo, porque el debate será en el recinto, pero también en la calle, en el trabajo, en todos los barrios y en cada casa. A creer y, más que nunca, a prepararse.

Es hora de dar a luz.